Mi “Estrella”

Ahora que todo el mundo tiene derecho a elegir sexo, hijo, madre, nación, dieta y pareja semental, abogo por reclamar el de ser especie.

Yo quiero ser perro, sí.

Que me transforme un cirujano de esos fankeistoides que te extensionan con siliconas, quimeras y protuberancias, que me trasladen a un mundo de caricias y andares por senderos, piensos vitaminados, peluquerías a 50 euros el pelao, vacunas con chip, que limpien mi mierda y paguen hotel perruno.

Sin impuestos de autónomos, plusválua, transmisión, sucesión, donación, residuos, circulación, respiración y muerte, y solo pagaré con la lealtad.

A pie de sepultura y velando la locura estaré, no como los humanos que se olvidan pronto de quien eran sus padres, sus hermanos, primos y nodrizas.

“Estrella”, que se quedó a la vera de su dueño demenciado, será mi modelo. Esa, sí, o mejor el Husqui ruso que evitó la congelación de un niño, o “Jedi” que atendió a un pequeño con diabetes. Y no hablo de los perros detectores de epilepsia, pillanarcos y los que reviven sepultados bajo escombros.

Porque historias de perros hay muchas, lo que pasa es que ellos no tienen un parlamento para reivindicar un pasaporte y una frontera. Por eso hay que plantearse ya una nueva agrupación: “Perrunos”. Yo mismo seré su Presidente.

Suelen representarse en cuadros clásicos o en tumbas a los pies de sus dueños. Si pudiera, buscaría los restos de mi antiguo caniche y le haría una fosa junto a la tumba de los míos.

Creo ya más en el instinto y en la supervivencia, en la ley de la naturaleza y los ladridos que en la moral y las palabras de muchos hombres/mujeres.

Me lo decía mi padre: hazle caso al perro que tiene más sentido común que tú.

Y no pienso ceder: tres paseos diarios con derecho a meada pública. Lo dicho.